sábado, 3 de agosto de 2013

Suicidio


En mi casa siempre ha habido eso que los modernos llaman hoy en día "humor negro". No escondemos insultos tras una sonrisa, ni buscamos hacer daño para que los demás se rían, no. Tratamos de reírnos de fenómenos escatológicos, a priori tenebrosos, pero siempre sin que alguien sea el centro de la broma.

Dicho esto, hace un par de días, estaba limpiando la ventana de mi habitación cuando mi madre entró con un par de toallas para guardarlas en mi armario. Muy pensativa y con el trapo en la mano me giré señalándola con el bote de Cristasol.

-Mamá, he pensado que deberíamos poner rejas en esta ventana. Este curso va a ser duro y sé que me desesperaré y que con una reja en la ventana de mi cuarto podría evitar tentaciones suicidas. Tendré muchos exámenes y casi no podré salir de aquí y acabaré teniendo alucinaciones sobre lo bonito que se ve el paisaje desde aquí y todo lo que me estoy perdiendo - dije con ironía señalando la ventana de los vecinos que da como la mía al patio interior del bloque.

-Sobrevivirás - me respondió con media sonrisa, soltando las toallas y acercándose a mí.

-Yo no estaría tan segura- suspiré soltando todo el aire que había mantenido en los carrillos en un alarde de dramatismo - Será todo muy difícil blablablá. No tendré Navidad... como en las pelis de dibus que me comprabas en VHS, lo que pasa es que ya nadie vendrá a salvarlas blablablá.

-Lo sé - me puso la mano en un hombro y me besó en la coronilla - pero yo me refería a que sobrevivirías a la caída. Vivimos en un primer piso, cariño.

A esto le llamo yo amor de madre (al más estilo tatuaje de ex presidiario)

Todo hubiese quedado ahí. En un jiji-jaja. Una broma aislada. Algo que olvidar antes de ir a dormir. Si no hubiésemos escuchado esa noche por la madrugada los gritos agónicos de una madre.

No hay nada que ponga la piel de gallina y te deje congelada la sangre como lo hacen los chillidos de una madre pidiendo ayuda desde la azotea del edificio de al lado, porque ve como en el asfalto bajo sus pies, su hijo inerte se desangra.

Sólo se escuchan rumores, algunos que coinciden entre si, otros que son fruto de la fantasía de cotillas que buscan morbo incluso en estas situaciones. Lo único cierto es:

* La denuncia de esa noche por parte de un vecino que, harto de que día sí y día también ese chico de 16-17 años que se tiró, pusiera la música demasiado alta y montase en presencia de su madre fiestas sin que esta hiciese nada

*Todavía se ve desde la calle la escalera que usó para llegar al zócalo de la azotea que usó como trampolín.

* Ese chico permanece en UCI a expensas de que ahora su cuerpo le gane la lucha a la muerte a la que él mismo llamó.

Nadie escarmienta por cabeza ajena. Nadie sabe cómo se ve la vida en los ojos de otra persona. No podemos juzgar los actos de los demás sin conocer la situación que ellos tienen y cómo la viven. Pero aún así no se me ocurren problemas tan enormes como para que la solución sea la muerte. Muerto no puedes solucionarlo y el problema seguiría ahí aunque ya no lo vieses.

Este momento me ha dejado una huella en el aire, en ese aire de la mañana de verano que transportó a mis oídos el sonido de las ambulancias intentando llegar lo más rápido posible al escenario de los acontecimientos, mientras yo, sin poder hacer nada, me quedaba con las zapatillas y el pijama en casa, guardándome el instinto primitivo de correr y ayudar como fuese en lo que fuese... y para ello tengo que dejar de pensar en la existencia o ausencia de rejas en la ventana de mi habitación.

Esto último fue también un intento de humor negro,

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