¡Cuánto tiempo desde la última vez! Aún estábamos en verano. Hacia calor y el pensar que el otoño y con él las lluvias iban a llegar, todavía se hacía muy lejano; pero todo llega. Aquí estamos, en un día lluvioso, a una semana vista (atrás) del primer día de Universidad.
Tuve muchos nervios al entrar en el Aula Magna del Macarena. Por suerte coincidí con gente que conocía del CFGS de Laboratorio y con gente desconocida que, como yo, intentaban sonreír a todo el mundo sin parecer nerviosos... sin lograrlo. Biomedicina y Medicina juntos, compartiendo el mismo momento, compartiendo la misma facultad, pero sin compartir el mismo discurso. Alabaron la dedicación de "la élite estudiantil" que habían alcanzado la ansiada meta de estar aquel día allí sentados, aquellos futuros médicos que harían una gran labor como futuros trabajadores, salidos directamente de la fábrica universitaria de Medicina de Sevilla... y también los biomédicos, claro, ellos también.
Soltando perlas como éstas, los futuros biomédicos debieron sentir que algún momento empezarían un discurso para ellos, porque el que soltaban iba dirigido única y exclusivamente para los futuros médicos... y estos, o al menos yo, nos sentimos como pasta de arcilla en sus manos, listas para ser amasadas por ellos y confeccionadas en el horno, séase la Facultad.
Me tomé muy a pecho el discurso, es evidente. Llevaba mucho tiempo esperando ese momento y no, no me esperaba precisamente una palmadita en la espalda por haber llegado allí ni tampoco que intentaran persuadirme de haber escogido una gran Universidad (¡mentira!) que haría de mí una gran profesional.
Hay formas y maneras de decir las cosas, sin hacerte sentir un objeto al que modelar. Voy a aprender. Quiero que me enseñen medicina, pero a ser persona, a pensar, a actuar, a tratar a la gente... es algo que nacerá conmigo en cada uno de los momentos que viviré.
Ya hablaré de mi derruida aula, de la visita de los tunos a las 9 de la mañana en la clase de Anatomía, de la versión de Francisco Umbral con su famoso "He venido a hablar de mi libro" pero en versión profe de Hidrología (una optativa caca de vaca) y sobretodo os hablaré de cómo sobrevivir al agobio de "¡¿Cómo leches se hacen los apuntes y cómo estudio?! pero eso ocurrirá cuando lo descubra y es algo que tiene pinta de que ocurrirá dentro de mucho.
Huellas en el aire
Desvaríos, sensaciones, ocurrencias. Un mix de mí.
lunes, 30 de septiembre de 2013
sábado, 3 de agosto de 2013
Suicidio
En mi casa siempre ha habido eso que los modernos llaman hoy en día "humor negro". No escondemos insultos tras una sonrisa, ni buscamos hacer daño para que los demás se rían, no. Tratamos de reírnos de fenómenos escatológicos, a priori tenebrosos, pero siempre sin que alguien sea el centro de la broma.
Dicho esto, hace un par de días, estaba limpiando la ventana de mi habitación cuando mi madre entró con un par de toallas para guardarlas en mi armario. Muy pensativa y con el trapo en la mano me giré señalándola con el bote de Cristasol.
-Mamá, he pensado que deberíamos poner rejas en esta ventana. Este curso va a ser duro y sé que me desesperaré y que con una reja en la ventana de mi cuarto podría evitar tentaciones suicidas. Tendré muchos exámenes y casi no podré salir de aquí y acabaré teniendo alucinaciones sobre lo bonito que se ve el paisaje desde aquí y todo lo que me estoy perdiendo - dije con ironía señalando la ventana de los vecinos que da como la mía al patio interior del bloque.
-Sobrevivirás - me respondió con media sonrisa, soltando las toallas y acercándose a mí.
-Yo no estaría tan segura- suspiré soltando todo el aire que había mantenido en los carrillos en un alarde de dramatismo - Será todo muy difícil blablablá. No tendré Navidad... como en las pelis de dibus que me comprabas en VHS, lo que pasa es que ya nadie vendrá a salvarlas blablablá.
-Lo sé - me puso la mano en un hombro y me besó en la coronilla - pero yo me refería a que sobrevivirías a la caída. Vivimos en un primer piso, cariño.
A esto le llamo yo amor de madre (al más estilo tatuaje de ex presidiario)
Todo hubiese quedado ahí. En un jiji-jaja. Una broma aislada. Algo que olvidar antes de ir a dormir. Si no hubiésemos escuchado esa noche por la madrugada los gritos agónicos de una madre.
No hay nada que ponga la piel de gallina y te deje congelada la sangre como lo hacen los chillidos de una madre pidiendo ayuda desde la azotea del edificio de al lado, porque ve como en el asfalto bajo sus pies, su hijo inerte se desangra.
Sólo se escuchan rumores, algunos que coinciden entre si, otros que son fruto de la fantasía de cotillas que buscan morbo incluso en estas situaciones. Lo único cierto es:
* La denuncia de esa noche por parte de un vecino que, harto de que día sí y día también ese chico de 16-17 años que se tiró, pusiera la música demasiado alta y montase en presencia de su madre fiestas sin que esta hiciese nada
*Todavía se ve desde la calle la escalera que usó para llegar al zócalo de la azotea que usó como trampolín.
* Ese chico permanece en UCI a expensas de que ahora su cuerpo le gane la lucha a la muerte a la que él mismo llamó.
Nadie escarmienta por cabeza ajena. Nadie sabe cómo se ve la vida en los ojos de otra persona. No podemos juzgar los actos de los demás sin conocer la situación que ellos tienen y cómo la viven. Pero aún así no se me ocurren problemas tan enormes como para que la solución sea la muerte. Muerto no puedes solucionarlo y el problema seguiría ahí aunque ya no lo vieses.
Este momento me ha dejado una huella en el aire, en ese aire de la mañana de verano que transportó a mis oídos el sonido de las ambulancias intentando llegar lo más rápido posible al escenario de los acontecimientos, mientras yo, sin poder hacer nada, me quedaba con las zapatillas y el pijama en casa, guardándome el instinto primitivo de correr y ayudar como fuese en lo que fuese... y para ello tengo que dejar de pensar en la existencia o ausencia de rejas en la ventana de mi habitación.
Esto último fue también un intento de humor negro,
miércoles, 31 de julio de 2013
Momentos que dejan huellas en el aire
Cuando tenía cinco años, en el colegio nos preguntaron qué queríamos ser de mayor. Como el 70% de las niñas (porcentaje irreal, inventado ahora mismo) yo puse que quería ser maestra. Pero la pregunta no se quedó ahí, también nos preguntaron qué no querríamos ser nunca de mayor. ¿Y qué respondí yo? Médica. Nunca jamás de los jamases querría ser médica. La sangre... puag. Ese era mi motivo. En ese momento no me di cuenta de que mi negativa hacia esa profesión me inspiró curiosidad.
Quizás esa fuera mi primera huella en el aire. Dicen que uno puede olvidar los cómos, los cuándos, e incluso los quíenes, pero nunca se te olvida la huella que te dejan al suceder las cosas.
Entonces comenzaron las preguntas ¿Qué hacía esa gente que trabajaba entorno a la sangre? ¿Cómo podían ser felices trabajando con gente enferma, si estar enfermo para mí era como un castigo? Además el aparatejo que llevaban alrededor del cuello estaba frío y la paleta de madera que utilizaban para ver la garganta te hacía querer vomitar.
Esas preguntas me hicieron fijarme con más atención en aquella gente de bata blanca y a lo largo de los años me fui dando cuenta de que no trabajaban para solucionar enfermedades, sino para hacer sentir mejor al enfermo, al menos la mayoría... y poco a poco me fue gustando ese mundo que se abría paso en mi mente.
Les decía a mis amigos del patio del colegio que se fueran a lavar los arañazos de esas caídas para que no se les infectaran la herida, y les acompañaba a la sala de profesores para que les curaran con Vetadine o les pusieran una tirita y por el camino les consolaba, les decía que no pasaba nada.
A nadie le sorprendió que quisiera ser médico tiempo más tarde. Con mis primas jugaba a médicos, si nos encontrábamos un bichejo muerto por el campo lo abríamos para saber cómo era, las clases de Conocimiento del Medio, luego Naturales y por último Biología, eran las mejores.
Pero yo no lo tenía tan claro como puede parecer. Paralelamente adoraba la lectura y sobretodo la escritura. Mi primera poesía - sin sentido - la hice con seis o siete años. Aún conservo los trozos irregulares de mi temprana caligrafía en un papel con líneas de puntitos sobre las que tenía que escribir para no torcerme. Siempre estaba entre los tres primeros premios del concurso anual de redacción de mi colegio. Mi profesora de lengua me instaba a escribir, a querer leer lo que una chica de quince años escribía en los tiempos muertos de clase sobre un papel cualquiera. Por eso en 4º de ESO tuve una gran duda existencial: ¿Ciencias o letras? ¿Qué bachillerato escoger? Ganó la razón. Con ciencias me cerraba menos puertas y la Selectividad que estaba a apunto de cambiar con el odiado Plan Bolonia me permitiría tomar también grados de letras en la universidad.
El Bachillerato, en un instituto diferente del que había pasado trece años de mi vida, fue un desastre. A mí, cuya nota más baja de la ESO era un 8, me quedaron 3 asignaturas en el primer trimestre de 1º. Matemáticas, Física y Química y Biología. Aquello no era para mí. Tendría que olvidarme de la opción de ser médico. Nunca obtendría la nota suficiente... pero seguí. Algo me decía que continuara, quizás mi cabezonería.
Dos años después, la típica relación de un año de cuando eres adolescente con noviete pasajero y alguna que otra recuperación en septiembre me llevaron a la temida Selectividad. Ni de coña conseguí nota suficiente para entrar en alguna carrera de Ciencias de la Salud (sin sacar cartera, me refiero), pero aún y con todo eso tampoco quise entrar en una carrera de Letras. Nadie entendía mi decisión. Todas las que entonces eran mis amigas del bachillerato, se fueron a carreras que nunca imaginaron que tomarían ¡y eso que siempre habían tenido las ideas muy claras? Y yo... yo sin saber que hacer me metí en una FP para aclarar las ideas, para pensar qué haría luego con mi vida.
¿Y de qué era la FP? Laboratorio de Diagnóstico Clínico, donde la principal muestra a analizar es LA SANGRE. Mi yo de 5 años debió de sentirse aterrorizada, pero mi yo de 18 años se sentía fascinada con hematología, bioquímica, microbiología y las prácticas de microscopio en el laboratorio.
Mientrastanto, mi prima que recién comenzaba la carrera, me daba envidia realmente sana con sus libros de anatomía y sus dibujos de huesos, músculos y aparatos.
Dos años más tarde y pasadas las desastrosas prácticas en el laboratorio de un Hospital privado, me convencieron y en el momento clave sacaron a la luz ese gusanillo que siempre había estado ahí. Iba a hacerlo, iba a estudiar medicina fuese como fuese. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que no podría hacer otra cosa?
Los nervios, la biología y la química de esos exámenes de Selectividad y la nota final y finalmente el día en el que en el que la web del Distrito Única Andaluz pone tu nombre junto a la siguiente frase: Grado en Medicina, Universidad de Sevilla, Matrícula Obligatoria. Desde ese momento y hasta que no fui a echar la matrícula en mi primera visita al Hospital de la Macarena, no se me borró esa sonrisa de 1000w.
Allí en la cola, delante de mí, había una chica tímida, sonriente. Me dijo que estaba allí también por casualidad. La medicina la había buscado a ella, no ella a la medicina. Justo detrás mía había otro chaval, pijo a no más poder, altivo, que andaba con la barbilla señalándote. Espero encontrarme muchas veces con la primera chica y muy pocas con el chico de detrás. Aunque realmente lo que de verdad espero es poder aprender a lidiar con los dos.
No sé si lo mio es o no la temprana vocación que dicen que los médicos han de tener desde pequeños. Yo creo más bien que no, es incluso todo lo contrario, los médicos me inspiraban miedo cuando pequeña y yo jamás hubiese querido ser cómo ellos. Al menos eso no ha cambiado.
Ahora me estoy preparando, concienciándome de lo duro que va a ser esto. Y tengo miedo de no saber afrontarlo, pero estoy segura de que tendré a mi familia alrededor para apoyarme como hasta ahora lo han hecho, sin importarle lo perdida que esté o lo loca que parezca como cuando no quise meterme en una carrera que no me gustaba al terminar bachillerato como todos los que conocía hicieron.
A veces los caminos más largos y cargados de obstáculos te conducen a metas personalmente más glorificantes.
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