miércoles, 31 de julio de 2013

Momentos que dejan huellas en el aire

Cuando tenía cinco años, en el colegio nos preguntaron qué queríamos ser de mayor. Como el 70% de las niñas (porcentaje irreal, inventado ahora mismo) yo puse que quería ser maestra. Pero la pregunta no se quedó ahí, también nos preguntaron qué no querríamos ser nunca de mayor. ¿Y qué respondí yo? Médica. Nunca jamás de los jamases querría ser médica. La sangre... puag. Ese era mi motivo. En ese momento no me di cuenta de que mi negativa hacia esa profesión me inspiró curiosidad.

Quizás esa fuera mi primera huella en el aire. Dicen  que uno puede olvidar los cómos, los cuándos, e incluso los quíenes, pero nunca se te olvida la huella que te dejan al suceder las cosas.

Entonces comenzaron las preguntas ¿Qué hacía esa gente que trabajaba entorno a la sangre? ¿Cómo podían ser felices trabajando con gente enferma, si estar enfermo para mí era como un castigo? Además el aparatejo que llevaban alrededor del cuello estaba frío y la paleta de madera que utilizaban para ver la garganta te hacía querer vomitar.

Esas preguntas me hicieron fijarme con más atención en aquella gente de bata blanca y a lo largo de los años me fui dando cuenta de que no trabajaban para solucionar enfermedades, sino para hacer sentir mejor al enfermo, al menos la mayoría... y poco a poco me fue gustando ese mundo que se abría paso en mi mente. 

Les decía a mis amigos del patio del colegio que se fueran a lavar los arañazos de esas caídas para que no se les infectaran la herida, y les acompañaba a la sala de profesores para que les curaran con Vetadine o les pusieran una tirita y por el camino les consolaba, les decía que no pasaba nada.

A nadie le sorprendió que quisiera ser médico tiempo más tarde. Con mis primas jugaba a médicos, si nos encontrábamos un bichejo muerto por el campo lo abríamos para saber cómo era, las clases de Conocimiento del Medio, luego Naturales y por último Biología, eran las mejores.

Pero yo no lo tenía tan claro como puede parecer. Paralelamente adoraba la lectura y sobretodo la escritura. Mi primera poesía - sin sentido -  la hice con seis o siete años. Aún conservo los trozos irregulares de mi temprana caligrafía en un papel con líneas de puntitos sobre las que tenía que escribir para no torcerme. Siempre estaba entre los tres primeros premios del concurso anual de redacción de mi colegio. Mi profesora de lengua me instaba a escribir, a querer leer lo que una chica de quince años escribía en los tiempos muertos de clase sobre un papel cualquiera. Por eso en 4º de ESO tuve una gran duda existencial: ¿Ciencias o letras? ¿Qué bachillerato escoger? Ganó la razón. Con ciencias me cerraba menos puertas y la Selectividad que estaba a apunto de cambiar con el odiado Plan Bolonia me permitiría tomar también grados de letras en la universidad. 

El Bachillerato, en un instituto diferente del que había pasado trece años de mi vida, fue un desastre. A mí, cuya nota más baja de la ESO era un 8, me quedaron 3 asignaturas en el primer trimestre de 1º. Matemáticas, Física y Química y Biología. Aquello no era para mí. Tendría que olvidarme de la opción de ser médico. Nunca obtendría la nota suficiente... pero seguí. Algo me decía que continuara, quizás mi cabezonería. 

Dos años después, la típica relación de un año de cuando eres adolescente con noviete pasajero y alguna que otra recuperación en septiembre me llevaron a la temida Selectividad. Ni de coña conseguí nota suficiente para entrar en alguna carrera de Ciencias de la Salud (sin sacar cartera, me refiero), pero aún y con todo eso tampoco quise entrar en una carrera de Letras. Nadie entendía mi decisión. Todas las que entonces eran mis amigas del bachillerato, se fueron a carreras que nunca imaginaron que tomarían ¡y eso que siempre habían tenido las ideas muy claras? Y yo... yo sin saber que hacer me metí en una FP para aclarar las ideas, para pensar qué haría luego con mi vida.

¿Y de qué era la FP? Laboratorio de Diagnóstico Clínico, donde la principal muestra a analizar es LA SANGRE. Mi yo de 5 años debió de sentirse aterrorizada, pero mi yo de 18 años se sentía fascinada con hematología, bioquímica, microbiología y las prácticas de microscopio en el laboratorio. 

Mientrastanto, mi prima que recién comenzaba la carrera, me daba envidia realmente sana con sus libros de anatomía y sus dibujos de huesos, músculos y aparatos.

Dos años más tarde y pasadas las desastrosas prácticas en el laboratorio de un Hospital privado, me convencieron y en el momento clave sacaron a la luz ese gusanillo que siempre había estado ahí. Iba a hacerlo, iba a estudiar medicina fuese como fuese. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que no podría hacer otra cosa?

Los nervios, la biología y la química de esos exámenes de Selectividad y la nota final y finalmente el día en el que en el  que la web del Distrito Única Andaluz pone tu nombre junto a la siguiente frase: Grado en Medicina, Universidad de Sevilla, Matrícula Obligatoria. Desde ese momento y hasta que no fui a echar la matrícula en mi primera visita al Hospital de la Macarena, no se me borró esa sonrisa de 1000w.

Allí en la cola, delante de mí, había una chica tímida, sonriente. Me dijo que estaba allí también por casualidad. La medicina la había buscado a ella, no ella a la medicina. Justo detrás mía había otro chaval, pijo a no más poder, altivo, que andaba con la barbilla señalándote. Espero encontrarme muchas veces con la primera chica y muy pocas con el chico de detrás. Aunque realmente lo que de verdad espero es poder aprender a lidiar con los dos.


No sé si lo mio es o no la temprana vocación que dicen que los médicos han de tener desde pequeños. Yo creo más bien que no, es incluso todo lo contrario, los médicos me inspiraban miedo cuando pequeña y yo jamás hubiese querido ser cómo ellos. Al menos eso no ha cambiado.

Ahora me estoy preparando, concienciándome de lo duro que va a ser esto. Y tengo miedo de no saber afrontarlo, pero estoy segura de que tendré a mi familia alrededor para apoyarme como hasta ahora lo han hecho, sin importarle lo perdida que esté o lo loca que parezca como cuando no quise meterme en una carrera que no me gustaba al terminar bachillerato como todos los que conocía hicieron.

A veces los caminos más largos y cargados de obstáculos te conducen a metas personalmente más glorificantes.